Gibraltar inglés (I)

Cuenta Pérez de Ayala – en su Historia de Gibraltar, publicada en Madrid en el año 1782 – que, en el curso de la Guerra de Sucesión al trono de España,

“pasó por el Estrecho (camino de Cataluña), la numerosa escuadra inglesa i holandesa de ciento y veinte naves de guerra al mando de los almirantes Rook, inglés, y Alemundo, holandés, con nueve mil hombres de desembarco cuyo general era el príncipe Jorge de Armstad. […] Rechazados vigorosamente en Barcelona, retrocedieron al Estrecho; sabiendo el abandono de Gibraltar resolvieron su conquista y, en primero de agosto de 1704, presentaron su formidable escuadra en la bahía llenando de terror a todo el pueblo.[…] Sin perder tiempo, desembarcaron los enemigos de tres a cuatro mil hombres en Punta Mala, junto a puente Mayorga.”

Fig. 1. Las defensas de Gibraltar en 1704/ (Falconaumanni en Wiki media Commons)

Conocido “el grave peligro en que se hallaba, [el cabildo] tomó las más acertadas disposiciones que podía para su defensa, alistó el mayor número de paisanos y soldados, y juntó hasta cuatrocientos setenta hombres entre los vecinos”. Instados a la rendición por el príncipe Jorge de Armstad, los responsables de la ciudad, fieles a su rey Felipe, “dictaron una carta breve y enérgica […] y en el mismo día la enviaron al príncipe […]” negándose a entregar las armas, visto lo cual volvió el príncipe a requerir la rendición asegurando que si, en el plazo de media hora, “no rendían la plaza a su legítimo rey y señor, Carlos III, atacaría con todo el rigor que merecía la resistencia”.

No hubo respuesta a esta carta. Persuadidos los sitiadores de que esperaban en vano “pusieron frente a la ciudad treinta navíos […] y, a las cinco de la mañana del domingo 4 de agosto, empezaron tan horrible e incesante fuego que en seis horas que duró arrojaron treinta mil balas”. Lo imposible de su defensa obligó a Diego de Salinas y a los demás oficiales a capitular, conscientes de la total ruina de la ciudad, las haciendas y las vidas de todos los vecinos, si la plaza se tomaba por asalto.

Dictadas las capitulaciones a los rendidos, el príncipe “fijó sin detenerse el estandarte imperial en la muralla y proclamó por rey de España y dueño de la ciudad al Archiduque Carlos”. Se opusieron a ello los ingleses “que aclamaron a la reina Ana, en cuyo nombre tomaron posesión”, conforme a lo acordado en el tratado de Londres – relativo a la sucesión al trono español dada la falta de descendencia del rey Carlos II de España –, firmado en la citada ciudad en marzo de 1700 por el Reino de Inglaterra, el Reino de Francia y las Provincias Unidas de Holanda.

“Quedó por gobernador el príncipe de Armstad, con algunas tropas y mil ochocientos marineros ingleses que cometieron mil excesos en la ciudad perdida. Profanaron todas las iglesias, a excepción de la mayor que defendió el celoso cura Don Juan Romero. […] Por él sabemos que los Ingleses saquearon el templo de la Virgen de Europa, y que dentro de la ciudad destrozaron los bienes y aún las casas de los vecinos que las habían abandonado.”


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Fracasados los intentos para reconquistar la plaza, llevados a cabo entre septiembre de ese mismo año y mayo de 1705 por las fuerzas del marqués de Villadarias, el tratado de Utrecht de 1713 vino a confirmar la presencia inglesa en el Peñón: Ocho años después, en el marco de la liquidación de la Guerra de Sucesión española, de conformidad con lo acordado en el artículo X del tratado, España cedió a Gran Bretaña "la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, […] para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre, sin excepción ni impedimento alguno".

Estableció asimismo que “para evitar cualesquiera abusos y fraudes en la introducción de las mercaderías, […] la dicha propiedad se cede a la Gran Bretaña sin jurisdicción alguna territorial y sin comunicación alguna abierta con el país circunvecino por parte de tierra”.

Se acordó asimismo que, en el caso de que la comunicación por mar con la costa de España no fuese posible y segura, con el consiguiente desabastecimiento “de los soldados de la guarnición y los vecinos de Gibraltar […]", se pudiese comprar “en tierra de España circunvecina la provisión y demás cosas necesarias para el uso de las tropas del presidio, de los vecinos y de las naves surtas en el puerto”.

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A pesar de que la cesión de Gibraltar quedaba limitada a la Ciudad y el Castillo, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas, el Reino Unido procedió muy pronto a ocupar territorio del Istmo, más allá de lo acordado en Utrecht.

En 1714, pasado apenas un año desde la firma del Tratado, los ingleses ocuparon la Torre del Diablo y la del Molino, levantadas en el Istmo, al este la primera y la segunda al oeste, a un tiro de piedra de los muros de la ciudad; diez años después, en 1723, en virtud de un supuesto derecho de defensa, se apropiaron del territorio situado al alcance del tiro de sus cañones.

En diciembre de 1726, Felipe V, con el visto bueno tácito del emperador austríaco, resolvió afrontar la reconquista de Gibraltar y ordenó el sitio de la plaza. A lo largo de enero y febrero de 1727 fueron congregándose en el Istmo entre doce y quince mil hombres, agrupados en 29 batallones. Comenzaba con ello, formalmente, el primer asedio a Gibraltar que se prolongaría hasta el 23 de junio de aquel año y que, pese al importante número de soldados y de material empleados, acabo fracasando. Sin embargo, la construcción por España de los fuertes de Santa Bárbara, al este del istmo, y San Felipe, al oeste, y la línea defensiva de cinco fortines – San Benito, Santa Mariana, San José, San Bernardo y San Carlos – que los unía (la Línea de Contravalación) puso límite por el norte a la llamada zona neutral que se extendía hasta la frontera con el Peñón.

Fig. 2.  'Plano de Gibraltar', grabado en cobre (Autor: J. Gibson, Gentleman's Magazine,  marzo 1762.)

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A principios de 1810, en el curso de la Guerra de la Independencia Española, la Línea de Contravalación fue destruida por artificieros ingleses de la guarnición de Gibraltar, con la autorización de las autoridades españolas, con el pretexto de impedir que cayera en manos de las tropas napoleónicas. Sin solución de continuidad, sin respeto alguno a lo acordado, abusando de la fuerza, las autoridades inglesas iniciaron la ocupación del Istmo: veinticinco años después, la mitad sur de la zona neutral formaba ya parte del territorio de la colonia.


Fig. 3. Imagen tomada de Historia de las Colonias Inglesas, Vol. 5 – Nov. 1835

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Como en siglos anteriores, a principios del XX las autoridades inglesas de Gibraltar continuaron usurpando el suelo del Istmo, ocupándolo totalmente hasta las proximidades de las ruinas de la demolida Línea de Contravalación, detenidos ahora por una nueva Línea – la de la Concepción – defendida por sus más de treinta mil habitantes. Ocupada hasta el último metro la zona neutral, el gobierno de la colonia levantó una alambrada de costa a costa del Istmo, entre el fuerte de San Felipe y las ruinas del fuerte de Santa Bárbara, defendida por dieciséis garitas de centinela, estratégicamente distribuidas, y abierta al paso a través de una aduana.

Fig. 4. - Gibraltar 1908. Imagen  editada por el Instituto Wagner & Debes, Leipzig

Consumada la usurpación del Istmo, las autoridades de la colonia continuaron las obras de relleno de la costa oeste del Peñón, abrigando las instalaciones de su puerto entre los muelles Norte (prolongación al oeste del Muelle Viejo) y Sur (prolongación al noroeste del Muelle Nuevo).

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De la magnitud de la agresión a los fondos marinos de la Bahía de Algeciras, llevada a cabo por el gobierno de la colonia entre los años 1900 y 1990, dieron cuenta los autores del trabajo de investigación denominado “Conservation and the Geology of Gibraltar” [Conservación y la geología de Gibraltar] – Edward P. F. Rose y Elisabeth C. Hardman, de la Universidad de Londres –, presentado en las II Jornadas de estudio y conservación de la flora y fauna del Campo de Gibraltar organizadas por el Instituto de Estudios Campogibraltareños, celebradas en Jimena los días 15, 16 y 17 de septiembre de 1995 y publicados en el número 15 de la Revista Almoraima en Abril de 1996.

 Fig. 6. Conservación y la Geología de Gibraltar. (Rose & Rosenbaum, 1990). Almoraima, nº 15, pp. 25-50 fig. 6

Como conclusión de su trabajo los autores afirmaban que estaba claro que Gibraltar poseía “un patrimonio geológico que merecía la pena conservar”, alertando de que “tanto la explotación de canteras [como] el enterramiento de características naturales mediante relleno para crear nuevas superficies para la construcción de edificios, conducirían a una pérdida irremplazable de pruebas de eventos geológicos”.

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Limitado el crecimiento hacia el oeste por el desarrollo del puerto, las autoridades gibraltareñas iniciaron rellenos en la costa este del Peñón.



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